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Cuando migramos hay un desdoblamiento del cuerpo, de la casa y la memoria. El camino será largo y aunque los paisajes nos vislumbren, descubriremos que mirar con claridad es poner atención a lo difuso.

Al migrar todo se despliega, se revela; la casa se vuelve un cielo, el cuerpo es un mapa y la memoria ya no es un lugar seguro para los recuerdos

Cuando nacemos se nos asigna arbitrariamente una patria, un cuerpo, un género. Todas estas imposiciones son susceptibles a la migración. Cuando dejamos un país, ese gesto nos obliga a soltar casi todo: recuerdos, lugares frecuentes, abrazos y la vieja idea de vivir definitivamente en un lugar, una identidad, una manera de ver.

La migración es un espectro, la imagen está rodeada de elementos de la infancia. Esta aparición se presenta como un delirio del pasado: la luz de la casa materna, la ventana del cuarto adolescente, las flores favoritas de mamá.  Al migrar, cruzamos un limbo en el que estamos vivos en algunos lugares y muertos en otros.

Espectros, es una celebración a la identidad. Al cuerpo como refugio. A la resistencia. Al destino. Somos sueños suspendidos, geografías y ambigüedades.

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